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Ideas que expanden horizontes.

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¿Cuándo digo que estoy completo con respecto al Futuro que elegí?

Esta pregunta es equivalente a la más infantil o filosófica si usted prefiere: “¿Cuando se llega al horizonte?”

Que es como preguntarse: ¿Cuándo se llega al futuro?

Y la respuesta es la misma que la práctica nos ha enseñado, contrariando nuestra intuición infantil.

Esa intuición que nos hablaba de creer en que palabras como siempre, nunca, jamás, más allá, todopoderoso, bien y mal, horizonte y futuro poseían correlatos empíricos precisos, reconocibles y compartidos por todos.

Que en el fondo no son nada más que elementales esfuerzos de mantener algo en control y de alimentar el mito de la certeza para disimular nuestra pequeñez y endeblez frente a la explosión de incertidumbre que implica despertar a la grandiosa incomprensibilidad del universo

Pero, al poco andar y reflexionar, caemos en la cuenta que tampoco esa certeza existe.

Porque parte del descubrimiento esencial de la madurez es que nunca se llega al horizonte, ni al mañana, porque pertenecen a esa categoría de palabras de las que hablamos un poco más arriba.

Esas palabras que existen solo para mantenernos despiertos y depositar en ellas nuestros deseos o bien nuestras perezas y faltas de decisión.

Porque son palabras que no tienen correlatos en el tiempo presente, ni son configurables en él.

Son palabras sin otro significado que el de permitirnos juguetear con ellas y no hacernos cargo de nuestro presente específico en el que nos tocó vivir.

Y no hay nada ni antes ni después de él, porque solo existe el “cuando estamos en camino”.

Entonces nunca llegaremos al horizonte porque siempre estaremos en un lugar donde otro horizonte es visible y eso puede desesperarnos o indicarnos que nos queda vida para gastar en la búsqueda de aquel que está más allá.

O bien podemos convencernos que no hay futuro, puesto que el punto espacio-temporal en el que habitamos parece estar conjugado siempre en el presente y por más que nos esforcemos por llevarlo a la “realidad” tanto pasado como futuro no son más que elaboraciones teóricas.

Y de esas elaboraciones nos quedan fotos y documentos en lo que se refieren al pasado y eventualmente proyectos más o menos precisos en lo que se refiere al futuro en forma de pronósticos, programas, proyectos, asociaciones, préstamos y sobre todo ilusiones en lo que hace al futuro

Es ´posible, inclusive, que ambas temporalidades ficticias estén cargadas de emociones de intensidad variable y que el recuerdo y el proyecto nos encierren en un universo espacio temporal del que pocas veces nos damos cuenta que somos prisioneros.

Porque al mirar hacia atrás podemos darnos cuenta que, en cuanto levantemos la vista de los recuerdos de corto plazo y la fijemos mucho más allá, en lo que podemos llamar nuestro “pasado remoto” comienza a dibujarse un nuevo horizonte, tan preciso como el que hablábamos más arriba que cumple en el pasado una función similar a la que el primero cumple en el futuro, limita nuestra percepción, esta vez en forma de recuerdos, hasta hacerlos prácticamente desaparecer.

Y ese es la espacio temporalidad en que el azar nos arrojó y en el que, parafraseando pobremente a Heidegger, elegimos vivir.

Y en el que dentro de la multitud de estímulos que se nos ofrecen, elegimos también aquellos que hacen sentido para construir nuestro siendo y como hitos fundamentales para ello nuestro pasado y nuestro futuro.

Nos encontramos entonces con una doble elección que condiciona de manera definitiva nuestro presente:
• ¿Dentro de que horizonte de pasado?
• ¿En qué horizonte de futuro?


…elegimos vivir.

Hasta la próxima

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